Las intrigas, rencillas, envidias y
traiciones de la casta política española facilitaron la entrada del enemigo en
la Península Ibérica. Aquellas oscuras gentes, venidas de los más recónditos
lugares de Oriente Medio y el Magreb, cruzaron un Mediterráneo en calma; sin toparse
con la más mínima oposición.
Los
abrasadores vientos africanos del simún barrieron con fuerza y crueldad la
ajada piel de toro; de Norte a Sur y de Este a Oeste. Los españoles cayeron por
millones durante el primer año de la invasión. Las bombas, la radiación, las
epidemias y las continuas razias de los invasores causaron, en poco tiempo, una
catástrofe demográfica nunca vista en la historia de la humanidad. Los pocos nativos
peninsulares que lograron escapar de aquel cruel genocidio, no tardaron en
envidiar el destino de los caídos. Miedo, hambre y esclavitud; tanto para ellos
como para sus hijos.
Cuatro años después, con la tierra envenenada
y congelada; sobrevivir se ha vuelto aún más difícil. Invasores extranjeros y refugiados
españoles vagan, sin rumbo fijo, por los yermos campos; atrapados en una
terrorífica y gélida pesadilla de la que no pueden despertarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario